Había unas chicas que se prostituían y me dijeron que se hacía plata, y cuando cumplí 18 me fui con ellas a trabajar por todos lados. Yo lo tomaba como un trabajo porque para mí era normal estar con tipos por plata. Pasé muchas cosas: abuso, maltrato, me pisotearon como a un trapo de piso. Una vez me vine a dedo del sur porque estuve a punto de que me pase algo malo: un tipo muy poderoso del sur quería tener sexo sin profiláctico y yo me negué; él se enfureció y me dijo que esa noche yo iba a desaparecer, así que me escapé de ahí. Era un Cabaret grandísimo en El Calafate, donde había gente muy conocida, políticos, gente famosa. Encontramos a un camionero que nos trajo a mí y a una amiga hasta Santa Fe. Después de eso seguí laburando. Me puse de novia, quedé embarazada y mi novio no me creyó que el bebé era de él, así que nos dejó. Yo la remé sola con mi nene, hasta hoy la remo sola con él. Tengo mi casita, pero me robaron todo y tuve que volver a la prostitución para comprar mis cosas, para que él tenga abrigo.
No puedo tener una relación normal. Me ha quedado la desconfianza, y si un hombre me toca una pierna o la espalda como un cariño, yo le saco la mano a la defensiva. De noche todavía siento que alguien me respira, que me habla, y no hay nadie. Tengo estos traumas que no se fueron, pero gracias a Dios hace dos años que salí de la postitución. Yo conocí a Dios gracias a un amigo que me llevó a la iglesia y ya no trabajo de eso. Hoy hago changas, limpio acá y allá, tengo el plan Potenciar Trabajo, colaboro con la Asociación. Es difícil conseguir trabajo cuando una tiene una historia como esta.
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