viernes, 25 de junio de 2021

Hace falta una mirada feminista sobre la reforma judicial

 Tengo el privilegio de ser amiga personal de María Zerbino. En nuestra conversación para esta entrevista, ella recordó la manera en que nos conocimos: fue en una jornada abolicionista en Santa Fe, por 2014. Ella leyó Yo elijo y al año siguiente me invitó a presentar el libro a Santa Rosa. En esa ocasión, como bien recuerda María, también viajó Mariel Rosciano con su unipersonal “Elena”, y desde entonces tratamos de encontrarnos todos los años para compartir palabra y experiencia con la mayor cantidad de gente posible. María me recuerda que trabajamos con la UNLP, con el Instituto Interdisciplinario de Género de la Facultad de Humanas, con la Secretaría de la Mujer y en diferentes localidades. Hemos recorrido las calles y las rutas para conocer a las mujeres que están en situación de prostitución. Lamentablemente, desde el surgimiento de la pandemia esto se interrumpió, pero queda pendiente retomar esos encuentros para seguir compartiendo. Con María hemos pasado horas y horas en su casa, charlando, lo que siempre fue una experiencia maravillosa. Quería saber qué pensaba ella de la situación que se está viviendo en el marco de la pandemia, para lo que le he hecho esta entrevista.



María, ¿podrías presentarte, para los lectores que no te conocen todavía?

Soy integrante de la colectiva feminista abolicionista “Todas somos Andrea”, de Santa Rosa, La Pampa. Nuestra colectiva surge cuando algunas de nosotras nos encontramos y nos reconocimos como un grupo que había sufrido las mismas opresiones. Compartimos nuestras vivencias, atravesadas todas por la violencia de género. Ese espacio fue creciendo, primero como un grupo de autoayuda, y luego maduró como un grupo de acompañamiento de otras mujeres que sufren las mismas violencias, especialmente en los barrios. Somos una grupa de mujeres militantes convencidas de que el mundo debe cambiar, y debe hacerlo desde el feminismo. Un día conocí el abolicionismo y desde entonces luchamos porque la prostitución no sea vista como un trabajo, que no lo es, sino como una forma de sojuzgamiento y de violencia. 


¿De qué manera se expresa la militancia feminista de la colectiva?

Nos gusta el activismo, tomar las calles y las plazas para visibilizar nuestros reclamos. Este año armamos una banda de tamboras como una herramienta de protesta que busca interpelar las prácticas machistas. Hacemos talleres en escuelas secundarias para llegar a los adolescentes desde la prevención, contra la explotación sexual y la trata. También hacemos conversatorios feministas abolicionistas, no solo en Santa Rosa sino también en General Pico y General Acha. La colectiva es debate y afecto, es un abrazo que dice que no estamos solas.


¿Qué ha ocurrido con la violencia de género desde el inicio de la pandemia?

Las cifras de femicidios varían según los observatorios. Se habla de entre 90 y 95 mujeres muertas en lo que va del año y de un total de 103 hijos/hijas que este año se han quedado sin madre. Los índices de violencia sexista no descienden. Casi en un 70 % los femicidios se cometen dentro de la casa, y casi siempre a manos de parejas o ex parejas. El hogar es el lugar más peligroso para las mujeres: la familia tiene un rol muy importante en la sociedad, pero todas las tareas del hogar caen sobre las mujeres (madres, hermanas, abuelas); nos han dicho a las mujeres que debemos darlo todo por la familia. 


Y eso se agrava por la dependencia económica, porque muchas mujeres no tienen dónde escaparse.

¡Es así! Se da una dependencia económica de la mujer, sobre todo de la mujer más vulnerable, porque no sólo está a cargo de la familia y de la casa, sino que si ingresa al mercado laboral lo hace con un sueldo inferior. Esto hace que la familia pueda ser una cárcel para las mujeres, una situación impuesta, opresiva, y si a esto se le suma la violencia doméstica: la sociedad ha armado todo para que la mujer no pueda escapar de allí, algo que se profundizó por la pandemia, ya que el violento ha quedado encerrado por el distanciamiento junto a las personas que son sus víctimas. Los agresores trabajan mucho para que la mujer corte vínculos con familia y amigos, lo que se agravó con la cuarentena. No es que la cuarentena haya generado más violencia, sino que la ha facilitado, ya que las mujeres no han podido pedir ayuda ni hacer denuncias en comisarías y fiscalías.


¿Qué pensás que puede hacerse de aquí en más para que la situación de las mujeres violentadas mejore?

Hay mucho trabajo por delante. En este momento estamos abocadas a elaborar propuestas para la reforma judicial. En 1994 la OEA, en la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, conocida como Convención de Belém do Pará, definió la violencia contra las mujeres como una violación de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, y estableció el derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia. Propuso por primera vez el desarrollo de mecanismos de protección y defensa de los derechos de las mujeres para así proteger su integridad física, sexual y psicológica. Por otro lado, la ONU ha conminado a los países a que lleven adelante juicios justos cuando se trata de violencia contra la mujer. La violencia de género no está legislada por el código penal, lo que hace que solo se considere delito la violencia física, pero no la violencia psicológica o la económica. 


¿Te parece que hay que aumentar las penas en las condenas contra los violentos?

No creemos que sea necesario aumentar las penas, pero sí que se consideren otras formas de violencia dentro del Código Penal. La justicia es patriarcal, machista, misógina, conservadora. Más que una reforma judicial feminista, lo que se necesita es una mirada feminista sobre la reforma judicial, para poder garantizar el acceso, los derechos humanos, la escucha para las personas víctimas. No solo se trata de mayor y mejor acceso a la justicia, sino de mirar condiciones de vulnerabilidad, que los y las efectores de justicia deben entenderse como marcos de análisis. Hay que capacitar y formar permanentemente con perspectiva de género para ganar la confianza de las personas vulnerables, y estar en contacto con las organizaciones que vienen trabajando sobre la violencia de género.


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